“Hay, madre, un sitio en el mundo que se llama París”.
César Vallejo
Llegar a París por primera vez con 34 años es llegar tarde. Sobre todo si se acude
a retratar la ciudad más fotografiada del mundo. Al fotógrafo tardío,
lo único que le queda entonces es reconocer de alguna manera esa impuntualidad.
La comparación de fotos antiguas y actuales realizadas desde el mismo lugar está
ya muy trillada en París. Por eso, la tendencia de este viajero impuntual
será regresar a los escenarios de siempre pero para centrarse en momentos y habitantes.
La búsqueda tratará de encontrar situaciones posteriores a las ya inmortalizadas
o incluso dar con la misma gente que en su día ya fue retratada en blanco y negro.
De esta forma, se descubrirá que un iluminado ángel sigue todavía viajando
por las tardes en el autobús número 21 o que la niña de la lluvia aún camina felizmente bajo el chaparrón.
Y con todo ello, el tan manido instante decisivo, esa pirueta en pleno aire
de alguien que salva un charco o ese preciso momento en el que una pareja
une sus labios en mitad de la calle, dará paso al instante después,
un hecho tan significativo o más que su predecesor.
Ya no será el beso el protagonista, sino su inmediato y locuaz despegue.